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En San Luis del Palmar, Stanovnik expresó: "El único camino es una mesa de diálogo"

Con precisa clave política, Andrés Stanovik brindó su homilía en el Día de San Luisito Rey de Francia, en San Luis del Palmar. Pidió "a los que tienen responsabilidades en la función pública, para que entendamos de una vez que el único camino para sobrevivir dignamente es sentarse a una mesa de diálogo y no levantarse hasta alcanzar consensos básicos de convivencia". La homilía completa:

Todos conocemos ese dicho popular que dice "nadie da lo que no tiene". Eso quiere decir que para dar algo, primero hay que tenerlo. A la luz de esto, podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué tiene san Luisito –como se lo llama cariñosamente– para continuar convocando a lo largo de los siglos a una multitud de devotos? Esa atracción no se explica sólo por la tradición. Por eso, no basta estar aquí esta tarde, solamente para cumplir con una buena costumbre recibida de nuestros mayores o por ser un agradable recuerdo del pasado. Aquí hay algo mucho más y que nosotros debemos recrear, cuidar y transmitir.


Es importante tener para dar y ser para compartir. ¿Qué tuvo y qué fue nuestro santo, para empezar a gobernar Francia con apenas 21 años, para convertirse en ejemplo de fidelidad en su matrimonio y padre ejemplar de sus once hijos? La respuesta es una sola: tuvo a Dios en su corazón y dejó que su amor le transformara la vida entera. Primero hay que aprender a gobernarse a sí mismo para poder prestar algún servicio de gobierno a los demás. Y esa capacidad de gobierno es un don que se recibe y luego se cultiva pacientemente, sobre todo, como lo hacía San Luisito, mediante prolongadas horas de adoración a la Cruz, contemplando el amor llevado al extremo por Jesús. Él se sentía amado y por eso amaba a su familia y a su pueblo, por eso se preocupaba que hubiera justicia entre sus súbitos y paz entre las naciones. Porque se sentía amado por Dios, vivió humildemente y fue muy generoso.


Y así, como buen creyente, tomó en serio el mandato de Jesús, que acabamos de escuchar en el Evangelio de hoy: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22,40). San Luisito fue un niño que abrió su corazón a Dios y se dejó amar por él; luego de joven, dejó que Dios condujera su vida y se preocupó, sobre todo, en agradarlo y cumplir su voluntad; ya hombre maduro y gobernante sabio, aplicó toda su inteligencia y sus energías a cumplir con el segundo mandamiento: "amarás a tu prójimo como a ti mismo." No separó la fe de la vida diaria.


La unidad de una familia o de un pueblo se construye a partir del Amor de Dios. El que se siente amado por él, puede dar amor a su familia y construir la unidad. Para gobernar un pueblo, no es suficiente que se lleven a cabo algunos proyectos para beneficio de todos. De igual forma, para gobernar una familia no basta con aplicar algunas normas y atender las necesidades básicas de sus miembros. Hay que asegurar esto, obviamente, pero el corazón humano necesita algo más para encontrar verdadero sentido y plenitud a su vida. Ese "algo más" es lo que vemos en este sabio gobernante que tenemos como protector y patrono de nuestra comunidad sanluiseña.


Pero digamos también que ese "algo más" no es un añadido o algo superfluo, por el contrario, ese "algo más" es aquello que San Luisito refleja en las primeras líneas de su testamento dirigidas a su hijo: "Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible". En realidad, no hay salvación posible y no hay vida verdadera, si no descubrimos que Dios nos amó hasta dar la vida por nosotros. No puede haber verdadera comunidad si no está fundada en el amor de Jesús entregado hasta el fin en la Cruz. Así lo entendió nuestro santo y con ese corazón y esa cabeza, por decirlo así, también gobernó a su familia y a su pueblo.


En la oración al glorioso San Luis Rey, le suplicamos "que nuestro corazón se inflame de tal suerte en el amor a Jesucristo, que no nos apartemos jamás de la senda de la virtud", es decir, que no nos dejemos llevar por las malas inclinaciones, que no conducen a ninguna parte y siempre traen consigo enfrentamientos, inseguridad y una vida sin sentido. ¿No es acaso lo que pedimos en la oración Tiernísima Madre? En esa hermosa oración, después de suplicarle que Ella "atienda mis necesidades", enseguida decimos "y, sobre todo…" como lo primero y lo más importante, le pedimos que nos conceda "un gran amor a tu divino Hijo Jesús", porque entonces sí, con el amor de Dios en el corazón, como san Luisito, podremos tener "un corazón puro, humilde y prudente", virtudes esenciales para poder gobernar, ante todo, la propia vida y luego como servicio la de los otros, si ésa fuera la vocación a la que Dios nos llama, porque nadie da lo que no tiene.


Como decíamos, San Luis, Rey de Francia, fue un modelo de esposo, de padre y de buen gobernante. En el testamento le deja a su hijo unas enseñanzas de buen gobierno, que hoy tienen plena vigencia, y que deberían grabarse a fuego en la memoria de todos aquellos que tenemos responsabilidades en la comunidad: "Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades (…) Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón". Pero para ello es necesario estar libre de intereses propios y sectarios, y tener un apego irrestricto a la ley, porque, como decía el beato fray Mamerto Esquiú en su célebre sermón defendiendo la Constitución Nacional y pidiendo por la paz y la unión de los argentinos: "sin sumisión no hay ley sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad; existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males".


Hoy más que nunca, por el delicado momento de social y político que estamos atravesando, nos confiamos a la poderosa intercesión de nuestro Santo Patrono, gobernante sabio y justo, por los que nos gobiernan y por todos los que tienen responsabilidades en la función pública, para que entendamos de una vez que el único camino para sobrevivir dignamente es sentarse a una mesa de diálogo y no levantarse hasta alcanzar consensos básicos de convivencia y de cuidado de los más desprotegidos, siempre dentro del imperio de la ley, como nos enseña San Luisito; pidamos también por nuestras familias, por los niños y por los pobres, para que sepamos hacer de este suelo un lugar donde reine para todos la justicia y la solidaridad, la prosperidad y la paz.

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